En
Barcelona, en la culta, prospera y amable Barcelona, no hay un hospital para la
primera infancia; esto, sin duda, les habrá parecido asunto de poquísimo
interés a los Hombres sabios y precursores que gobiernan este pueblo.
En
Barcelona, en este rincón del paraíso; en este florido vergel, como dice el
señor Marquina (don Rafael) y el novelista don Luis de val; en la ciudad
mediterránea por excelencia, según escribe nuestro querido amigo Vinardell; en
este pueblo grande y sucio, que decimos nosotros, no hay un hombre político de
ninguno de los partidos turnantes o sin turno; no hay ningún hombre bueno que
se interese por los niños pobres. El que llega a Barcelona y recorre sus
jardines y sus paseos, ve, a lo sumo, media docena de niños ricos en el paseo
de Gracia y tres o cuatro mil chicos pobres que se revuelcan en el arroyo o que
se asoman a los balcones de las casas como pequeños prisioneros entre una serie
de guiñapos húmedos que la madre acaba de lavar en el fregadero donde los
platos y las camisas sucias andan siempre en amigable consorcio.
Barcelona
es una ciudad malthusiana, y lo es, no por refinamiento o en virtud de
determinadas convicciones más o menos filosóficas; su maltusianismo es
inconsciencia, estupidez, ignorancia. Los ricos barceloneses se conforman con
asistir a los trisagios misacantanos de la capilla del Hospicio, dando al
salir, o al entrar, unas cuantas monedas que les piden allí para los niños
pobres. Con esto creen haber cumplido con su obligación; pero su obligación va
más allá, su responsabilidad moral no caduca con dejar en el cepillo una
pequeña limosna; tan pequeña, que ni siquiera es bastante para que las pobres
criaturas recogidas allí tengan el necesario alimento.
Sépanlo
los ricos y sépanlo los admiradores de ese genio que preside la Diputación; En
la Casa de Maternidad hay más de
doscientos niños de pecho y las nodrizas no pasan de cuarenta”.
Vamos
a suponer que existe una criatura hija de padres pobres a la que su madre no
puede amamantar; esta criatura, por prescripción facultativa, debe tener una
nodriza, y la madre, que considera un crimen dejarla morir, recurre a la
caridad oficial. Con su hija en los brazos se presenta en la casa e Maternidad;
“Aquí traigo esta niña para que ustedes hagan la merced de criarla dice la
madre suspirando, yo soy pobre y estoy enferma; mi marido es un trabajador cuyo
jornal basta apenas para que no nos muramos de hambre. El médico ha dicho que
nuestra hija necesita una nodriza; si no le dan el pecho morirá.
El
empleado que recibe a la madre en el establecimiento oficial, sonríe con esa
indiferencia de la gente habituada a oír el relato de toda clase de
calamidades. La desgraciada madre espera una contestación, y el empleado dice
al fin, sin perder su estúpida sonrisa: “Yo siento mucho decírselo a usted;
pero su hija necesita un ama, no es aquí donde se la darán. Aquí, si usted la
deja, seguiremos dándole el biberón y si eso la hace morir, ya sabe que para
ella no hay esperanza”.
Esta
contestación hace prorrumpir en amargo llanto a la infeliz madre que sale de
allí desesperada.
A
este hecho, rigurosamente exacto, no es preciso añadir ningún comentario.
Article
escrit per Andreu Nin el dia 8 d’octubre de 1914.
Andreu
Nin és un home de contrastos en els seus escrits. Hom ho pot veure comparant la tendresa dels dos anteriors
escrits del blog amb la duresa descriptiva d’aquest sobre els nens pobres.
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