EL CALOR Y LA MORAL.

 

En esta revista discretamente conservadora que se titula “Actualidad”, vemos un magnífico grabado que representa una playa y el efecto de esta playa es deliciosamente sensual. Hay en él encantadoras mujeres desnudas; cuerpos lujuriosos, magníficos; capaces de provocar en nosotros las ideas más voluptuosas. Damas y caballeros, sin más ropa que un sencillo bañador, perfectamente ceñido al cuerpo para que no se pierda ninguna de sus líneas, pasean, juegan, beben y comen alegremente sin que aparezca en sus semblantes la más ligera sombra de ese pudor tan alabado por los prudentes sacerdotes de la moral.

Todas estas damas que lucen en la playa sus piernas esculturales, sus vientres, sus pechos, sus caderas y sus brazos, se indignarían profundamente si les pidiéramos que apareciesen así en los salones; si les indicásemos la conveniencia de que marchasen así por las calles de la ciudad; desprovistas de su costoso e inútil atavío; sin esos trajes tan caros, tan complicados y tan antiestéticos que sólo sirven para ocultar la soberbia hermosura que lucen en la playa con una deliciosa ingenuidad.

Teophile Gautier que era un hombre sabiamente inmoral dice que el pudor de una mujer está en razón inversa de la belleza de su cuerpo. –“Las mujeres más pudorosas que he conocido- dice el autor de “Mademoiselle de Maupin” -tenían las rodillas muy mal conformadas.” Realmente es así, aunque los moralistas digan lo contrario; no sólo pensamos en ocultar los defectos físicos y morales que afean nuestra personalidad; el sentido estético es superior al sentido moral o, mejor dicho, al concepto de una falsa moral que no se puede defender en el terreno científico ni filosófico. El vestido no se creó atendiendo a exigencias de orden moral; el vestido aparece como una defensa contra la inclemencia del ambiente y se perfecciona y desarrolla siguiendo un camino puramente estético; plumas, gasas, cinturones, collares, diademas, broches, lazos, cintas y encajes se van colocando sobre el cuerpo humano; no con la idea de ocultar su forma, sino con el noble propósito de realzar su natural hermosura, que nunca fue considerada como pecaminosa.

Pensando un poco sobre las consecuencias de esta moral que pudiéramos llamar de túnica o de taparrabos, vemos que tiene un efecto contraproducente; puesto que aviva el deseo de conocer lo que se oculta, lo que expuesto natural y libremente a nuestros ojos no nos causaría el efecto que ahora nos produce.

Afortunadamente el calor de algunos modistos audaces que tienen nobles ideas estéticas, va allanando el camino para desterrar ciertas preocupaciones.

Conformémonos por lo pronto con estos admirables ensayos de inmoralidad que efectuamos todos los años a la orilla del mar.

 

Article escrit per Andreu Nin el dia 1 d’agost de 1914.

 

Aquest distés article sobre la bellesa corporal “femenina” i la innecessària obsessió moral d’amagar-la sota la roba Nin el planteja a la manera d’una faula clàssica. No podem oblidar que ens descriu una situació de principis del segle XX, època en  que la “moral” era molt vigilada en tots el àmbits. Cal recordar el que, en aquest mateix blog,  vam publicar sobre el judici de faltes de la revista del “Papitu” per una qüestió similar.




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