Un moro, sobre cuya conciencia no pesa la espantosa carga de la civilización; un moro que no tiene el más ligero concepto de esta cortesía ciudadana que nos hace recibir con una sonrisa en los labios y hasta deslizar frases lisonjeras en el oído de nuestros enemigos; un moro, en fin, mal educado o educado a la inversa de como nos educan a nosotros, lanzó el otro día una piedra contra el ex presidente del Consejo de ministros y jefe de la fracción liberal triunfante, señor conde de Romanones. Este ciudadano marroquí que lanza una piedra contra Romanones es, sin duda, un salvaje digno de respeto; como lo son todos los hombres en quienes la acción responde a un estado de conciencia. En él hay que aplaudir, por lo menos dos cosas, que son la energía y la sinceridad. En España hay mucha gente que apedrear; pero como los españoles somos un poco más civilizados que los moros, nos conformamos con pensar en que hay hombres dignos de ser apedreados, pero sin poner en práctica nuestro atrevido pensamiento.
Los moros discurren de otra manera,
son niños traviesos, inocentes, violentos, irreflexivos, por eso, tal vez, la
cultísima Francia y la bien educada España han ido allí a enseñarles un poco de
esa magnífica cultura que nos impide apedrear a los ex presidentes del Consejo
de ministros aun teniendo conciencia de que su gestión fue completamente
desastrosa.
Si en los poblados marroquíes hubiera
tabernas, cafés, tertulias políticas y literarias; clubs, círculos, casinos;
todos estos lugares admirables donde los hombres pierden amablemente el tiempo,
seguramente no habría que lamentar pedradas como esa. Los moros discutirían
como nosotros sobre política, darían gritos y puñetazos sobre las mesas;
prorrumpirían en violentísimas exclamaciones, dirían, como se dice aquí, que
hay que colgar al ministro X; que se debe arrastrar al diputado U; que se
impone la revolución; gritarían: ¡Mahomed, sí! ¡Mahomed, no! Y luego saldrían a
la calle discretamente para irse a sus respectivos domicilios sin soñar
siquiera en poner en práctica sus revolucionarios propósitos. Esta es una de
las muchas ventajas de la civilización.
Aquí Nin es refereix a un incident que va a succeir pocs dies abans, en la
visita que va fer el Conde de Romanones a la ciutat de Melilla on, un ciutadà
marroquí va intentar ferir a l’ex president del Consell de Ministres espanyol,
d’un cop de pedra. L’intent va ser fallit i Romanones va sortir il·lès del incident.
Andreu Nin aprofita l’avinentesa per deixar clara les diferències culturals
existents entre les dues cultures i les raons que provoquen aquestes
diferències.
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