Ayer la antesala del juzgado de guardia ofrecía un aspecto desalentador. Cincuenta desgraciados aguardaban allí que el juez dispusiera lo que había de hacerse con ellos, y mientras tanto hablaban con los periodistas contándoles su desgracia.
“Trabajamos
en Francia, en el campo, en las fábricas; estalló la guerra y se nos obligó a
repatriarnos. Hemos llegado a Portbou con dinero francés; pero el dinero
francés no lo aceptan en España; no podíamos quedarnos en la estación sin
refugio, sin comer, sin amparo de ninguna clase y tomamos el tren para llegar a
Barcelona. Cierto que nos metimos en él sin billete; pero, ¿Cómo íbamos a
adquirirlo si los empleados de la compañía no aceptaban estas monedas
francesas; las únicas que tenemos…?
Hemos
venido en los vagones amontonados como bestias; alguno de nosotros hace cuatro
días que no come; la mujer de un compañero dio a luz en al camino y una niña de
dos años pereció asfixiada”.
Y el
relato estupendo, horroroso, emocionantes, continua así durante media hora …
Algunos de estos desgraciados se sientan en el suelo y cierran los ojos; no
pueden, no quieren hablar han llegado al límite de la resistencia física y
permanecen inertes, abatidos; que hagan con ellos lo que quieran, no les importa;
se les puede aplastar sin que levanten la mano para defenderse.
La
policía, cumpliendo un deber ineludible, les condujo hasta el despacho del
juez; les detuvo, en virtud de una denuncia del jefe de la estación de Francia,
y allí estaban esperando humildemente la resolución del juez.
Esta
resolución no se hizo esperar; el juez del distrito del Oeste, don Enrique
García de Lara, las puso en libertad, pronunciando a la policía un discurso que
la policía no comprendió, seguramente, porque la policía es una fuerza ciega,
inconsciente, que obra con arreglo a fórmulas tan estúpidas como invariables.
Para
la policía, la resolución admirable del juez resultaba algo incomprensible. La
policía apreciaba únicamente el hecho de haber viajado e el tren sin billete;
pero no tenia en cuenta las circunstancia que determinaron ese acto. Para la
policía, como para la mayor parte de los funcionarios civiles y judiciales, la
ley no tiene más que una sola interpretación, que es la más pobre, la más
insensata, la más absurda; ellos no conciben que la ley, ese cuerpo inerte,
rígido, inexpresivo, pueda convertirse en materia sensible, en luz, en amor, en
energía; en humanitarios sentimientos. Ellos no saben aun que el alma del juez
es la única alma que pueden tener las leyes.
Aticle
escrit per Andreu Nin el 7 d’agost de 1914
Avui que el món dels tribunals i la magistratura està més
que revoltada, m’ha semblat adient incorporar aquest article de l’Andreu Nin que
ell mateix anomena “El bon jutge” per explicar que les decisions judicials poden
tenir sempre diferents interpretacions, però que el que cal es que siguin “bones”.
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