LOS FALSOS APÓSTOLES.

 El pueblo, ese pobre pueblo que nosotros amamos y compadecemos es aún demasiado ignorante y su ignorancia le hace ver un apóstol en cada uno de los farsantes que le habla de reivindicaciones, de protestas, de rebeldía, de revolución. El alma popular es aún mística. Al pueblo le han dicho: “Dios no existe; Dios es una hipótesis sobre la cual fundamentaron los hombres una doctrina contraria a la naturaleza. Tu dios y los dioses de todas las religiones han muerto; es preciso que tú camines solo, sin la ayuda de ese fantasma que llamabas Ser Supremo.”

Al oír esto no sabía que hacer, si reír o llorar. La imagen de Dios le molestaba un poco como eterno testigo de todas sus acciones, y al verse libre de él se alegró como quien entra en su casa y se queda en mangas de camisa, sin temor a las miradas indiscretas.

Después vino otro y le dijo: “No hay moral; la moral es también una farsa; cada uno debe tener su moral. Es preciso seguir el impulso de nuestros instintos. El robo no es un delito cuando se padece hambre. El amor es libre; limitarle es un crimen; sus derechos son los de la especie y la especie es superior al individuo. La humildad, la castidad, la mansedumbre, son cosas antinaturales; son cadenas que imposibilitan la acción de las más poderosas facultades”.

Esto no lo comprendió bien porque, al salir a la calle, vio una pareja de guardias que llevaban atado a un hombre. Tampoco comprendía lo del amor libre; pensó que él era capaz de matar a su mujer si la sorprendía en la cama con otro hombre. “El pueblo de París -le dijeron más tarde- se levantó un día y le cortó la cabeza a Luis XVI; tomó la Bastilla y guillotinó a millares de aristócratas. Es preciso hacer esto muchas veces para escarmentar a los que te oprimen.” Ante tal relación, se reveló su espíritu salvaje. Le parecía facilísimo y admirable el procedimiento. No recodaba, no quería recordar que ese mismo pueblo de París asistió impasible al fatal desenlace de la Commune, y la Commune era la adaptación real de los ideales democráticos.

El pueblo se ha lanzado después muchas veces a la calle, queriendo arreglar la situación con la pólvora y la dinamita; porque cree que la pólvora y la dinamita es lo único que él puede manejar en su defensa; sin pensar que con el hierro y con el fuego no se destruyen las ideas. Los derechos que se adquieren con las armas prescriben al acabarse las municiones.

Al pueblo no le han enseñado aun a encauzar su acción en un sentido eficaz, en el pueblo hay más corazón que inteligencia. Esto lo saben todos los infames que le adulan para explotarle. Es más productivo adular a la multitud como hacen los jefes radicales que mostrarle sus defectos.

 

Article escrit per Andreu Nin al diari La Publicidad el 26 de juliol de 1914.

Aquest escrit carregat de crítica social té també com objectiu, denunciar les males pràctiques polítiques de Lerroux contra les quals, Nin, va lluitar aferrissadament. En ell hi ha escrita la frase que  he utilitzat per la capçalera d’aquest blog. Em sembla una frase antològica que, com moltes de les que utilitza Nin, no perden mai la seva vigència.

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