La triste caravana pasa ente los balcones de nuestra habitación; es una cosa lamentable, un espantoso y trágico espectáculo que llega a conmovernos profundamente. Sentimos que su carne es la nuestra, que su desolación espiritual, su cansancio, su hambre, su falta de esperanza y de refugio representan la desolación, el hambre y el cansancio de todo un pueblo. No es posible disfrazar la verdad con falsos razonamientos. Todos estos hombres pasaron la frontera cansados de pedir, de buscar, de solicitar una ocupación, un trabajo que les diese para vivir dignamente; fueron de puerta en puerta, entraron en los talleres, en las oficinas, en las fábricas; cruzaron el campo en distintas direcciones, suplicaron humildemente, hablaron de sus hijos, de sus esposas, de sus madres que padecían hambre, del deber imprescindible que tienen de subvenir a las necesidades de una porción de criaturas incapaces de defender su vida y cuya tutela les confirió una ley natural sancionada por el Estado.
Y cuando les rindió la fatiga, cuando se convencieron de
que aquí no había para ellos un pedazo de pan, ni un miserable albergue, se
fueron para no convertirse en ladrones, en salteadores, para no obligarnos
violentamente a remediar sus necesidades.
Ahora vuelven, y el problema se plantea de nuevo para ellos
y para nosotros. ¿Qué es lo que vamos a hacer con esta gente? ¿Cómo vamos a
emplear el esfuerzo de sus brazos y de su inteligencia?
No basta socorrerles momentáneamente; la limosna es un medio de prolongar su miseria.
Las autoridades, lo único que han hecho hasta ahora es disolverlos,
dispersarlos; se habla de una suscripción a su favor; con eso se tranquiliza la
conciencia de los ricos, pero no se resuelve nada; no se hace más que soslayar
el problema, sin darle una verdadera solución. Este procedimiento,
desacreditado ya en todas partes, sigue practicándose aquí, donde perduran
todos los desatinos, todos los anacronismos.
Se confía en algo indeterminado, indefinible; se supone
que andarán por ahí mendigando, arrastrándose, llorando o maldiciendo, de
puerta en puerta; se cuenta con el azar; se supone que al fin hallarán un
refugio o se suicidarán para evitarnos el espectáculo de su miseria. Se les da
un pedazo de pan con la obligación de caminar, de ir más lejos, siguiendo una
peregrinación espantosa. El procedimiento no puede ser más estúpido. ¿Es que
ahora van a encontrar en sus pueblos respectivos, en esos lugares de donde les
hizo salir el hambre, un ambiente menos hostil, una ocupación digna, un trabajo
que les ponga a cubierto de la miseria? ¿No sería mejor preguntarle a cada uno
lo que sabe hacer, cuáles son sus aptitudes, sus disposiciones? ¿No sería más
eficaz formar una lista en la que constara el nombre y la profesión de cada uno
de ellos, publicándola inmediatamente en todos los periódicos?
De este modo, sería más fácil colocarles. Enviándoles a
sus pueblos respectivos y dándoles aquí al pasar una mala comida, no se
adelanta gran cosa; créanlo los organizadores de esas suscripciones tan
inútiles como piadosas.
Article escrit per Andreu Nin el 19
d’agost de 1914 al diari La Publicidad.
En
aquest article Nin descriu -amb la seva particular narrativa- el problema que
va generar-se, un cop iniciada la Gran Guerra, amb els repatriats d’origen espanyol
que fugien dels llocs en conflicte i que ho feien forçats a deixar tot allò que
havien pogut obtenir en els països on treballaven. Barcelona va ser un lloc de
concentració d’aquests repatriats en els primers combats del conflicte a Europa.
Grup de repatriats acampats a les Rambles de Barcelona.
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